domingo, 10 de agosto de 2008

Mi Funeral



Cuando salía de la facultad y la veía por entremedio de todas las cabezas, automáticamente todo podía esperar, todo menos ella. La paz que generaba verla sentada en los escalones del frente, acurrucada por el frío. Dulce, frágil, y cuando me veía, su sonrisa se dibujaba de una manera que realmente me hacia sentir que estaba vivo. Que algo de todo lo que hago, esta bien, que no pierdo el tiempo, que es una parte de mí.

Y yo acercándome a ella, para fundirnos en un abrazo, un abrazo de guerra, un abrazo real. Siempre eran cinco o seis segundos, luego venia el beso y por ultimo la agarraba de la mano y emprendíamos la vuelta.

—¿Cómo estuvieron las clases?
—¿Qué tal te va?
—Te compre un chocolate, pero te lo doy a la noche.
—Te escribí una carta. Y por sobre todas las cosas, te extrañe.

Solamente los Jueves me esperaba en la facultad o algún que otro día en donde era una verdadera sorpresa. Era encantador, el saber que la facultad te entendía, y te dejaba unas horas en paz, en donde no se involucraba en ninguna charla.

Saben una cosa, yo jamás pensé que el amor se desgastaba, ni tampoco nunca en mi vida imagine que nuestro amor terminaría. Y saben algo más, todavía no estoy seguro si nuestro amor termino.

Pasaron años así y algunos más lindos. Pero de pronto un viento cerró la puerta de golpe y ni siquiera alcanzamos a salir. Es por eso que siento que nuestro amor nunca concluyo y sí me muero de viejo, podré morir diciendo que hay amores que nunca terminan.
No puedo filosofar sobre el amor, mucho menos definirlo por que definirlo es ponerle limites y eso es imposible ya que hay temas que son imposibles de hablar, pero hay temas de los cuales nunca se tendrían que hablar.

—Amor, tenemos que hablar.

Y mi corazón se retorció, imagine que era yo solo el que tenía problemas, el que quería hablar, pero no, ella también.

—Sí, yo también venia pensando eso, creo que tenemos que hablar.

Y su rostro se puso blanco, y sus ojos se cristalizaban al mismo tiempo que yo agarraba su mano, al igual que la agarraba cuando salíamos de la facultad.

—Creo que ya no es lo mismo que antes.

—Amor, todo en la vida es irrepetible, jamás volverá a pasar, nada nunca será igual de lo que fue. Y sí, es verdad, ya nada será como antes.

—Yo no puedo fingir más, estoy mal, estamos mal, ya no siento la alegría que sentía antes, es como que todo me esta sobrepasando.

Y comencé aturdirme sentado en esa cama, esa cama que esconde un misterio. Secretos, historias, confesiones, ahí en donde todo una vez se confirmo, donde todo nació, ahora se estaría destruyendo. Y le dije lo que nunca tendría que haber dicho.

—Tendríamos que tomarnos un tiempo.

Me abrazo y comenzó a llorar, la abrase y perdido, comencé a llorar también. Diciéndole al odio, puras mentiras, “que volvería”, “que lo pensaría”, “que esto no era el final”, “que nos tengamos paciencia”. Puras promesas, ambos creíamos que era lo correcto.

—Bueno, me voy, te llamo cuando llegue allá.
—Bueno.
— ¿Me acompañas a la puerta?
—Sí, discúlpame.

Y llegamos hasta la puerta, la bese por ultima vez y que yo recuerde, fue el momento más triste de mi vida.

La bese y huí como un cobarde, pensé por un momento en volver y decirle que no me deje, que... que se yo, que probemos, que por ahí fue hoy y nada más, pensé en volver y gritarle que la amaba, que no me deje, en fin, solo eso, que la amaba.

No, no fui y como un idiota cada paso que daba me iba hundiendo, en arenas movedizas, y cada vez más hundido, caminaba despacio como un condenado a la horca, pensando, soñando que ella aparecería, que me gritaría que vuelva, que me amaba, que me quería, que no me vaya, que no la deje.

Y nunca volví, y ella nunca volvió. Y solo nos quedaron mentiras y un puñado de promesas rotas.

Cuando llegue a mi casa, no llame, pensé que ya no le importaría saber de mí. No llame, imagine que ella ya no existía más. Que todo había terminado.

Y cada día que pasaba, pensaba en llamarla y decirle al menos, ya llegue, estoy bien. Y cada semana necesitaba escuchar su voz, solo eso, su voz, el saber que estaba viva, que realmente existía, que solo fue un mal día.

Nunca llame y ella tampoco lo hizo y ahí es cuando me vele en mi habitación. Ese fue mi funeral.

Cada jueves que salgo de la facultad, observo entre las cabezas para ver si ella esta sentada ahí, dulce, frágil, acurrucada por el frío.

Por momentos, ¿No sienten qué los recuerdos desaparecen?

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