Tomó aire y aceleró el paso, aún quedaban cinco minutos para las nueve y además contaba con la ventaja de que la profesora siempre llegaba minutos después de las nueve.
"Vamos tu puedes, ánimo…"
Cuando se disponía a entrar en la facultad, escuchó en el reloj del pasillo el timbre que daban las nueve en punto…
"¡uff, por un pelo!"
Subió de dos en dos las escaleras desde el primer piso hasta el segundo y se dirigió como una flecha perdida a la puerta de clase…
¡¡¡PUM!!!
De repente, se vio a sí misma en el suelo, había chocado con algo o con alguien pero no estaba segura de que era. Dispuesta para echarle un pleito de los mil demonios a quién se hubiese cruzado en su camino sin avisar, levantó la cabeza, a la vez que su boca escupía toda clase de maldiciones.
Enfocó a la persona con la que había chocado, era el chico “rarito” de su clase. Le llamaban así porque no hablaba con nadie, parecía no tener amigos en la facultad y siempre andaba colgado de algún libro…
¡Pe-per-perdona! La ver-verdad no te vi… Lo siento, disculpa no era mi intención, di-dis-disculpa.
Son tus apuntes, disculpa otra vez… Por lo menos, no te habrás hecho daño, ¿verdad?
No te preocupes, estoy bien… Venía ajustada de tiempo, a la carrera y no veía a nadie…
Una voz desde la puerta, los asustó…
Nada más sentarse, sus amigas empezaron a caerle con preguntas:
¿Estás bien?
No te habrá tocado, ¿no?
¿Sabe hablar?
Ella cerró los ojos y suspiró, sus amigas, el colmo de la presunción. Aún no sabía como se había juntado con ellas en su primer semestre en la facultad. Tal vez porque hicieron las prácticas juntas o tal vez porque atraían a los mejores chicos, sea como fuere, no se arrepentía de tenerlas como amigas, porque, en el fondo, eran buenas chicas… Las observó un rato…
Con resignación comenzó a ordenar los apuntes que una de las niñas mimadas de las filas delanteras le había desparramado por el suelo…
La profesora comenzó con su cantaleta sobre los procariotas, llevaba ya dos clases hablando sobre bacterias que realizaban la fotosíntesis y los alumnos, en lugar de entusiasmarse, cada vez se aburrían más en aquella clase.
Él no se desconecto del todo, oía a la profesora desde muy lejos explicarles el aparato fotosintético de las bacterias verdes no sulfúreas (eso existe no… es broma), en una hoja suelta iba tomando notas para luego, buscar en los libros para estudiar.
Al poco rato, se descubrió mirando a la chica con la que había chocado…
Un horror chica. Con esta señora es imposible.
Ya te digo, nunca sabes con que te va a salir.
No digas eso, a mi me parece la mejor clase diferente a las demás y única.
Pero es que a ti siempre te han gustado los bichos raros.
Todas se rieron por la frase, aunque ella le sacó doble sentido enseguida, miró a su amiga con ojos juzgantes…
No me refería a ese – hizo un gesto con la cabeza apuntando hacia el chico.
Por un momento perdió los estribos…
Tal vez no sea tan rarito, háganme el favor de no meterse con él… por lo menos estando yo delante.
Uy, uy, uy! Sus amigas se echaron a reír…
Tal vez te haya echado una maldición y ahora le defiendes.
La carcajada fue general, no le dio tiempo a contestar porque el profesor de Genética estaba esperando un mínimo de silencio para poder empezar la clase.
El monótono tema de la estructura del ADN, vista y revista en casi todas partes, hundió la clase en un adormecimiento, que a duras penas eran capaces de mantener los ojos abiertos.
La manecilla del reloj avanzó lentamente en su clase, aunque en la última clase, la de fisiología, el tiempo se fue volando. Era la asignatura preferida por casi todos, mucha culpa la tenía el profesor, un hombre alto de voz fuerte que conseguía siempre sacarlos del adormecimiento que traían del resto de la mañana.
Ten cuidado con el rarito.
¡Oh! déjenlo ya por favor.
Bueno, bueno, nosotras lo dejamos, pero tú no te arrimes mucho solo por si acaso.
Se fueron riéndose y cuchicheando…
"Prefiero no saber que historia se pueden inventar…"
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